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  La adolescencia
 
“Nuestra
juventud es
aficionada al lujo
y mal educada,
no hacen caso a
las autoridades y
no tienen el más
mínimo respeto a
la gente mayor.
Hoy en día
nuestros hijos
son unos tiranos
y no se levantan
cuando entra una
persona anciana.”

Sócrates,
¡400 años antes de Cristo!

Si bien la
pubertad y la
adolescencia
implican un
período crítico de
la vida, ya que
debe enfrentar
fuertes cambios
corporales y
simbólicos, ello
no supone
necesariamente
que esos cambios
supongan una
crisis.
La pubertad y la adolescencia: ¿Etapa de pasaje o de crisis?
La pubertad y la adolescencia implican un tiempo de pasaje de la infancia a la vida adulta. Supone separase de los padres, ganar independencia, acceder a las identificaciones ideales del propio sexo, el inicio de las relaciones sexuales y el momento de construir un lugar propio en el seno de la familia y de la sociedad.
Antes de la era de las grandes civilizaciones, las tribus humanas organizaban “ritos de pasaje”, estructurados y delimitados en el tiempo, que facilitaban el cambio de la infancia a la vida adulta, sin períodos intermedios, es decir, sin adolescencia. Desde el inicio de la cultura occidental, sin embargo, en la Grecia antigua, sabemos que la adolescencia se percibe con temor y rechazo por parte de las familias y de la sociedad. Se teme que en este tiempo de pasaje, los jóvenes se “tuerzan” y se “descarríen”, cargando la visión de esta época vital como peligrosa y hasta violenta.
El desencuentro entre las generaciones.
El conflicto entre generaciones, que ha existido siempre, visualiza a los jóvenes, su rebeldía y su lógico afán de cambio -sin ello el mundo no habría evolucionado- como una auténtica amenaza.
La adolescencia siempre ha venido marcada por un desencuentro entre los jóvenes y el mundo adulto, familiar y social, y también por una incomprensión mutua. El “no me entienden” de los jóvenes, se articula al “no hay quien los entienda” de los adultos.
Esta incomprensión se debe a que la adolescencia es una época de desajuste entre los jóvenes y su entorno, a menudo sujetos a unas exigencias que internamente no son capaces de responder. Es un momento de fragilidad: deshacerse de las vestiduras de la infancia, tomadas en préstamo del mundo de los adultos, no es una operación fácil. Se encuentran al descubierto, en la incertidumbre, buscan marcas y modelos nuevos durante el tiempo que dura el ajuste, hasta que encuentran un vestido que se acerque a sus intereses e ideales propios.
Por otra parte, hasta hace pocos años, la entrada en el mundo adulto venía marcada por el término de los estudios, el acceso al mundo laboral y el matrimonio, es decir, por unos códigos sociales claros y establecidos que tranquilizaban a la sociedad con respecto a los jóvenes. En el siglo XXI, sin embargo, los jóvenes se enfrentan a un mundo sin ideales claros, ni sociales, ni ideológicos, ni religiosos. Se enfrentan a una sociedad caracterizada por una laxitud de las costumbres y a una gran diversificación de los modelos de vida. Por otra parte, no existen demasiadas expectativas económicas o ecológicas, el futuro aparece incierto para los jóvenes y, por ello, se ven confrontados de forma abrupta a una situación angustiante, sin demasiados referentes claros que los ayuden.
Cambios en el cuerpo e impulsos sexuales.
Por otra parte, los púberes y adolescentes deben enfrentarse a los impulsos sexuales que los abruman, a los deseos de relacionarse sexualmente y a las dificultades reales que traspasar ese umbral supone. Se enfrentan a su vez a fuertes cambios corporales, que empujan hacia el pasaje de cambio de la infancia a la vida adulta. Estos cambios físicos pueden vivirse con alegría y entusiasmo, pero también con rechazo, timidez y vergüenza. La aparición del acné, las poluciones nocturnas o el inicio de la regla, pueden suponer momentos de fragilidad para los púberes ya que no saben cómo incorporar de pronto tantos cambios. Pueden sentirse con la autoestima baja, por su aspecto físico o por fracasos amorosos o por no sentirse correspondidos. También, porque su “cabecita” está ocupada en muchos conflictos personales, pueden bajar su rendimiento en los estudios provocando sensaciones de fracaso.
La familia en la vida del adolescente.
El modo de interacción familiar sobre los enfrentamientos que esta época genera necesariamente, es muy importante. Cómo se responde desde la familia ante el cuestionamiento de las normas, la disciplina, los horarios, el uso del dinero y otras costumbres familiares que los jóvenes van a poner en cuestión, es fundamental para no convertir un tiempo de cambio en una auténtica crisis familiar.
Precisamente porque los adolescentes van a luchar por su independencia y su identidad personal, necesitan que la familia sea estable y sólida, que ponga sus límites pero que transmita que el cambio es posible y hasta deseado. La actitud familiar y social debería ser tranquila y atenta, sin ser alarmista, dando respuestas claras sin que sean rígidas, y que vayan permitiendo, poco a poco, el cambio de modelo, de costumbres, de intereses y de relaciones que el acceso a la vida adulta sana supone.
Puede haber crisis.
Por ser una época de fragilidad, puede haber crisis personales en la pubertad y en la adolescencia, a veces motivadas por el enfrentamiento brusco con la familia, los modelos tradicionales y su disciplina, que empujan a algunos jóvenes a actuaciones que los comprometan con la ley o a fracasar en los estudios. También puede ocurrir, en este tiempo de rebeldía, una toma de contacto con las drogas y el alcohol, con “enganches” a la drogadicción.
Por otra parte, pueden aparecer problemas con la imagen corporal, que supongan cambios en la alimentación y que generen cierto empuje a la anorexia. Las dificultades amorosas o con el grupo de amigos de referencia, tan importantes para la construcción de la identidad adolescente, pueden favorecer estados depresivos o de ansiedad, también asociados a la “soledad” con que pueden vivirse estos momentos si los adolescentes no sienten el apoyo familiar.
Las consultas al psicólogo.
Consultar a un psicólogo si hay preocupación por un hijo adolescente siempre es aconsejable. El psicólogo puede ayudar a la familia a comprender y gestionar mejor esta etapa crítica de la vida. Puede dar indicaciones para prevenir problemas posteriores mayores. También es interesante ofrecer la ayuda psicológica a sus hijos, si se ven afectados, angustiados o con fuertes problemas escolares, para que los escollos del proceso no se instalen, propiciando crisis o fracasos posteriores.
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